Solíamos usar carteras, una especie de maletines con asa y dos cierres de correa o hebilla. Las más extendidas eran de polipiel, y el mercado estaba copado por la marca Perona. Podían estar decoradas con múltiples motivos, desde un barco hasta Naranjito.
La tabla de multiplicar, recuerdo de lección escolar
Los libros de texto de la EGB: el olor a nuevo que siempre recordaremos
Las gomas de borran Milán
Nuestros primeros estuches escolares
Las notas: la pesadilla de los niños de la EGB
Vacaciones Santillana
La enciclopedia Álvarez
Los cuadernos Rubio
La clase de gimnasia
Los rotuladores Carioca
El diccionario Iter Sopena
Los estuches Pelikan
Los bolígrafos multicolor
El ratón rotulador
Las pegatinas de carpeta
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Los que fuimos a la EGB tenemos clara una cosa: el saber ocupaba lugar y sin mochilas de ruedas pesaba mogollón.
El colegio en los años 70 y 80
Eran la prehistoria de las mochilas y en ellas cargábamos todos los libros de texto, los cuadernos Centauro, el bocadillo… y todo nuestro material escolar.
La hora del recreo escolar
Sin duda, nuestra asignatura preferida era el recreo. En treinta minutos podíamos hacer de todo. Devorábamos el bocadillo, el Bollycao, el cuerno de chocolate o el sandwich de Nocilla en los cinco primeros y ya teníamos el resto del tiempo para dedicarlo a jugar.
Una línea imaginaria dividía el patio en dos. En un lado, las chicas, que le daban a la goma, al truque, a la comba o al yoyó. En el otro, los chicos, jugando a las canicas, las chapas, la peonza… o corriendo como pollos sin cabeza detrás de un balón en un partido de veinte contra veinte… y con porteros-delanteros.
De vez en cuando chicas y chicos nos mezclábamos para jugar al pillapilla, al escondite inglés, al balón prisionero, al churro va, al beso-atrevimiento-verdad…
La clase de trabajos manuales o plástica era nuestra asignatura favorita después del recreo. Guardábamos los lápices y el libro de Lengua y nos poníamos el babi de trabajo. ¡La última clase del viernes! Ya olía a fin de semana. En ella nos convertíamos en carpinteros, electricistas, pintores, escayolistas… De ella seguro que salió más de un artista.
La nuestra siguió siendo una generación de tiza y pizarra. Lo más moderno que entró en las aulas fueron las diapositivas, que eran todo un acontecimiento en muchos casos. Tampoco conocimos aquellas moderneces de paredes de Vileda y cosas por el estilo; si acaso algunas tizas de colores para desarrollar los conjuntos y similares.
De Párvulos a COU
Normalmente se empezaba la formación en el Prescolar, es decir, Jardín de infancia y Párvulos, y a continuación comenzábamos los ocho cursos de la Educación General Básica (EGB), hoy desaparecida. Por aquel entonces, una de las grandes amenazas de aquella enseñanza era no pasar curso y no llegar a la universidad.
Si suspendías en septiembre más de dos asignaturas, repetías curso. La posibilidad de repetir era uno de los grandes temores de cualquier estudiante. Teníamos verdadero pánico a repetir curso. El repetidor quedaba como estigmatizado, y además de perder el ritmo de la gente de su edad, nunca era bien visto por los profesores en general.
Este sentimiento de pánico a repetir se acentuaba aún más al llegar a octavo de EGB. Para pasar a BUP, tenías que tener todas las asignaturas aprobadas, y si no, repetías. Pero más grave aún era repetir dos veces, porque entonces tenías que dejar el colegio y marcharte a Formación Profesional, algo que se nos venía como lo peor que le podía pasar a un estudiante.
Aquella amenaza de “como no estudies vas a acabar en Formación Profesional”, pesó mucho durante los últimos cursos de la EGB. Y es que la Formación Profesional no estaba bien vista y se nos presentaba como el lugar donde acababan los malos estudiantes, los fracasados, los balas perdidas y aquellos que tenían poco que hacer en la vida.
El BUP constaba de tres cursos: primero y segundo eran comunes, y en tercero te decidías por letras (con Latín y Griego), letras mixtas (Literatura y Matemáticas), o ciencias puras (con Física y Química). En tercero de BUP volvía a llegar la amenaza de los suspensos. Para pasar a COU tenías que tener todo aprobado.
Y por fin, llegabas a COU. Siempre habías visto a los del último curso como gente muy mayor, y ahora estabas tú diciendo adiós al colegio. Pero para pasar a la universidad había que aprobar la Selectividad, y con nota suficiente para que la media, con el BUP y el COU te permitiera no solo aprobar, sino también acceder a la carrera elegida.
Si durante catorce años que te tirabas estudiando tenías un continua presión por sacar buenas notas, en la Selectividad te lo jugabas todo a una carta: suspender la Selectividad, después de tantos años de estudio, era aún peor que repetir un curso, pues aparte del consabilido trastorno de prepararte otro año, si no estudiabas una carrera, ¿qué hacías?
El material escolar de la EGB
Todo el material escolar se compraba en la librería del barrio o en la administración del colegio. Por entonces no existían las grandes superficies comerciales de ahora, ni tampoco esas tiendas tan de moda, tipo “todo a cien” y similares, regentadas de unos años a ahora por ciudadanos de origen chino.
La papelería era un mundo infantil, al que nos gustaba acercarnos casi tanto como a la tienda de chucherías o al kiosco. El surtido de artículos que podías comprar durante el curso era muy extenso: rotuladores Carioca, Paper Mate, lapiceros Alpino, Faber Castell, Staedler, las gomas de borrar cuadradas Milán, las gomas de “nata”, muy blancas y que olían que daban ganas de morderlas, y aquella goma para lápiz y boli, blanca y gris, que más que borrar la tinta del bolígrafo lo que hacía era destrozar las hojas al frotarlas.
Luego salieron unos bolígrafos que borraban la tinta y que, por supuesto, no gustaban nada a los profesores, que nos tenían prohibido usarlas en clase. Estaban también los bolígrafos de marca, que nos regalaban cuando éramos más mayores, como los Inoxcrom y los Parker. Pero nuestro bolígrafo generacional fue el boli Bic: Bic naranja, Bic, cristal. “Bic naranja escribe fino, Bic cristal escribe normal, dos escrituras a elegir, Bic.”. Y por supuesto, el de cuatro colores.
La papelería nos surtía también de todos los materiales necesarios para los trabajos manuales: papel cebolla, pegamento Imedio o Supergen, cola de pegar blanca, papel celofán, arcilla, plastilina, cartulinas de todos los colores, ceras, o el material para el linóleo.