Uno de los rituales más atractivos de aquellos primeros años escolares en la EGB de los años 70 y 80 era el comprar y forrar los libros del colegio. Eso siempre que no los herederas de tus hermanos mayores.
El olor de los libros nuevos, hojear las materias desconocidas y las ilustraciones, era un proceso que te llenaba de ilusión. Quizá por eso la primera evaluación traía menos suspensos.
Los libros los cubríamos o bien con unos forros de plástico transparente hechos a la medida y que se enganchaban en las tapas del libro, o bien con iron-fix, un plástico transparente adhesivo que era más bien caro, que se vendía en rollos y que tenías que recortar para ajustarlo al libro. Algo que hacían generalmente nuestras madres, mientras nosotros escribíamos nuestro nombre en ellos.
En cuanto a las editoriales de nuestros libros escolares, había muchas, pero cada colegio podía decidirse por una u otra: Bruño, Edelvives, SM, Anaya o Santillana fueron las que cada año surtían de libros a los centros escolares.