Como no acordarse de todos ellos. Daba igual que fueran cutres, de plástico, como aquellos soldados Montaplex que venían en sobres sorpresa. Y nunca nos cansábamos de ellos. ¿Dónde estarán ahora?
Los relojes de juguete
Los sobres sorpresa de Montaplex
Las manos locas
El biberón mágico
La cámara de fotos de juguete
Las caretas de cartón
El muñeco equilibrista-trapecista
Las pistolas de agua
La pipa cesta bola
El pulpo mágico
¿A quién lo le agradaría volver a la niñez, aunque fuera solo por un momento? ¿Quién no quisiera ser niño de nuevo para jugar por la calle corriendo detrás de una pelota con el bocadillo en la mano? ¡Lo que daríamos por viajar en el tiempo y volver a ese universo infantil, cuando una de nuestras pocas preocupaciones era completar la colección de cromos del momento!
Baratijas de quiosco de los 70 y 80
Había unos paracaídas, con unos hombrecillos de plástico verde o amarillo, y que iban sujetos con cuerdas a un pequeño paracaídas de plástico, que lanzabas al aire, y la verdad es que descendía con cierta dignidad.
Luego estaban los inolvidables sobres. Había de todo tipo. Sobres sorpresa tanto para niños como para niñas, y los clásicos sobres de soldados pequeñitos de plástico. Hubo otros con piezas montables, para hacerte un coche, un camión o similar.
También había recortables de muñecas con sus vestiditos, y recortables de soldados; y caretas de papel, con una débil gomita que siempre acababa rompiéndose. Por supuesto, las calcomanías, con las que tanto hicimos sufrir a nuestras madres, sobre todo a la hora de bañarnos, pues no queríamos quitárnoslas ni a tiros.
Y espadas, y puñales, y rudimentarias pistolas de agua, todo de plástico de distintos colores. También había un artefacto al que llamábamos “ranas” y que consistía en una chapa de hojalata, muchas veces con forma de ranita, que hacía un ruido bastante característico y molesto al apretarla, sin olvidar aquellas pequeñas pelotas de goma transparente, con espirales de colores dentro, que lanzábamos contra techos y paredes, y que daban unos botes tremendos. Y hablando de pelotas, había unas de colores que venían cosidas, como de cuero, blandas, con una cuerdecita elástica por la que se sujetaban.
Siempre encontrabas algo que comprar: también podías encontrar petardos, que entonces no estaban prohibidos, tirachinas, peonzas, canicas, etc. Llevaras el dinero que llevaras, la visita al kiosko era un ritual y una fiesta.
Nuestro mundo infantil del juguete tuvo la suerte de desarrollarse durante los años del gran momento de la industria juguetera. En general, fueron juguetes con una base educativa importante, y que trataban de contribuir al desarrollo de la imaginación de los niños.
Ahora, en este sitio tienes la ocasión de volver a disfrutar de todos esos juguetes del ayer que ahora se consideran clásicos y que entonces te hicieron tan feliz.
Aquellos Maravillosos Kioscos, un libro para nostálgicos
Con el libro Aquellos Maravillosos Kioscos puedes echar una ojeada a los juegos y juguetes con los que tanto disfrutaste, recordando las tardes jugando en los descampados, los ratos de cole y las baratijas que vendían en los quioscos. Vuelve a ver esos viejos anuncios que te hacían mirar la pantalla de una televisión de tubo elaborando la Carta a los Reyes Magos. Te garantizamos que podrás rescatar un montón de recuerdos que permanecen dormidos.
¿Estás listo? Baja a la calla a divertirte con nosotros, a rememorar las veinticinco pesetas que gastabas comprando juguetes y chuches en el quiosco del barrio.
Juan Pedro Ferrer, su autor, es uno de los mayores coleccionistas de juguetes de los años 70 y 80. En su blog El kiosko de Akela puedes ver un montón de recuerdos de objetos cotidianos de esa época.