De todos los productos fabricados por jugueteras en la década de los años 70, seguramente sea el Blandi Blub uno de los más extraños y escatológicos que apareció en el mercado nacional.
¿Para qué demonios servía el Bladiblub? Sin embargo, era uno de los inventos más asquerosamente entretenidos que ha ideado el ser humano. Este, digamos, juguete, se estiraba hasta el infinito, aunque era pringoso, maloliente, viscoso, frío, húmedo, de aspecto desapacible que se deslizaba entre los dedos sin llegar a romperse en pedazos más pequeños (a menos que la masa fuese forzada, claro). Aunque con el tiempo iba quedándose duro, hasta convertirse en un bloque lleno de pelos y otras porquerías.
El blandiblup era un artículo sin un fin claramente definido, y la primera utilidad que se le daba era sencillamente la de fastidiar al prójimo, ya fuera lanzando la masa a la víctima, situándola encima de un plato, en un vaso o bien jugueteando con ella entre las manos y agrandando aún más su repulsivo aspecto.
El Slime (nombre original del Blandiblub y que puede traducirse como «moco»), fue lanzado en EEUU a mediados de los años 70 por la multinacional Mattel. La sustancia viscosa se presentaba en un bote de plástico que tenia la apariencia del habitual cubo de basura americano, todo muy descriptivo. A España llegó gracias a la marca Congost, filial de Mattel en la Península Ibérica.
Sin embargo, el Blandiblub tenía un gran problema y es que, si no se guardaba en su envase original y no se hidrataba de manera regular se secaba perdiendo su elasticidad característica. Otra característica negativa del Blandiblub era el hecho de mancharse de manera muy rápida.
En EEUU también fue famosa una versión del Slime de color morado, fabricándose desde entonces en otros colores como el rosa, amarillo, naranja o verde oscuro.
Todavía hoy en día se puede comprar online a través de internet:
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Con el Blandi Blub en los años 80 nos pasábamos las horas jugando, cual pelotilla de moco entre los dedos, ¿Por qué a los niños les gustan tanto las cosas escatológicas? Nada podía igualar la alegría de abrir ese bote de plástico por primera vez… ese olor evocador, ese toque pegajoso… Uno de los mayores placeres infantiles.
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